viernes, 11 de julio de 2008

LA DIRECTIVA DE LA VERGÜENZA


Un potente barco, paraíso y paradigma de derechos y libertades, referente mundial de valores éticos, era la hermosa imagen que utilizaba el escritor José Luis Sampedro para describir poéticamente a Europa en su novela La senda del Drago.

Pero ese barco, al que muchos nos hemos sentido orgullosos de pertenecer, pese a sus defectos y carencias, ha decidido tirar por la borda su exquisito patrimonio moral, como si de un lastre se tratara, para avanzar más deprisa. Una directiva aprobada mayoritariamente en el Parlamento Europeo convierte a las personas procedentes de otros países que no cuenten con documentación en regla, en ciudadanos de segunda, con menos derechos que los que hemos tenido la suerte de nacer en la cubierta del transatlántico de la Unión Europea. Y, lo que es más grave, ha decidido tratarlos a todos, incluidos los niños, como delincuentes. Se les podrá detener con una simple orden administrativa, y no judicial. Podrán ser recluidos hasta 18 meses en campos de internamiento. O expulsar a menores sin tener garantías de que volverán con sus familias. Una vez fuera, no podrán regresar en cinco años.

Internamiento, repatriación, ilegales... Terrible vocabulario éste que nos retrotrae a otros tiempos de horror, degradación y miseria humana. Pero esto va a ocurrir aquí y ahora, con la connivencia del Gobierno español, que ha tirado a la basura uno de sus mayores logros de la pasada legislatura desde el punto de vista de los valores cristianos: la regularización de los inmigrantes. De su situación legal, más bien. Porque el inmigrante, aunque se nos olvide, es una persona con nombre y apellidos, con historia, a veces trágica, con familia y amigos. Con aspiraciones y vocación. Que viene a buscarse la vida como lo haríamos cualquiera en su situación. Y una persona no puede ser ilegal.
Ya sabemos las excusas que han dado: “que aquí no cabemos todos. Que en tiempos de crisis toca recortar servicios”. Y es necesario abordar políticas sensatas que eviten la marea humana que llega a diario a nuestras costas físicas o metafóricas ¿Pero cómo explicar con la moral en la mano, en la cuna de la cultura cristiana, que un hombre no es igual a otro hombre?¿Que una frontera o un papel distinguen a uno de otros y le otorgan o retiran derechos elementales? ¿Que serán encarcelados después de jugarse la vida por el sólo hecho de querer sobrevivir?

Esta directiva es una vergüenza para todos los hombres y mujeres de bien; así lo han hecho constar las organizaciones sociales. Ahora, a quienes no nos afecta directamente, podemos seguir viendo las noticias desde nuestro salón como si nada. O podemos protestar, exigir, manifestarnos, cuestionar nuestro voto. Pensar que ésos a los que estamos condenando a ser ciudadanos de segunda están hechos de nuestra misma materia y sueños. Y recordar aquella frase de Bertolt Brecht: “Primero arrestaron a los comunistas, así que a mí no me importó porque yo no era comunista. En seguida se llevaron a los judíos, pero no hice nada porque yo tampoco era judío. Después vinieron a por los sindicalistas, y no me preocupé porque yo no era sindicalista. Finalmente me arrestaron a mí, y ya no quedaba nadie que pudiera impedirlo. Era demasiado tarde”.
Puede que aún no sea demasiado tarde para frenar esta locura, que debe ser regulada ahora en cada país. Pero será demasiado tarde para Europa si, después de ver tumbado en Irlanda el Tratado de Lisboa, destruye lo único que verdaderamente nos une: la defensa radical de los derechos humanos y las libertades. Para todos. Y en todos los casos. O el potente barco europeo encallará sin remisión. Y los cristianos que asistimos al espectáculo impasibles, estaremos cometiendo una grave falta: “Porque fui extranjero y no me acogisteis” (Mt, 25).
Buen texto recogido de 21RS 30-06-2008 (Gracias Javi).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Neeeeeeene, ¿cuando te vienes p´aca?